Historia Y Diálogo: 10 Frases Clave Para Entender El Pasado
¡Qué onda, chicos! ¿Alguna vez se han puesto a pensar en cómo la discusión, el mero hecho de hablar y debatir ideas, ha moldeado absolutamente todo a lo largo de la historia? Pues, si lo piensan bien, las civilizaciones no se construyeron solo con ladrillos y espadas, sino con palabras, con debates apasionados y con gente sentada alrededor de una mesa (o una roca, o una fogata) discutiendo el futuro. Desde las grandes revoluciones hasta los cambios más sutiles en la sociedad, el intercambio de ideas, a menudo acalorado y desafiante, ha sido el verdadero motor. No es solo un detalle; es el corazón de cómo el progreso, y a veces el conflicto, ha florecido. Hoy, vamos a dar un paseo por la historia para ver cómo diez momentos cruciales se definieron por la pura fuerza del diálogo. Nos centraremos en cómo la palabra clave, la discusión, ha sido ese hilo conductor invisible que une el pasado con nuestro presente. Así que prepárense para una buena dosis de historia, contada de una manera que espero les haga ver el poder de nuestras propias conversaciones. La idea es que al final de este viaje no solo habrán aprendido un montón de cosas interesantes, sino que también habrán captado la importancia vital de la comunicación y el debate en la formación de todo lo que conocemos. ¡Vamos a ello!
1. La discusión en el Ágora de Atenas fue crucial para el desarrollo de la democracia y la filosofía.
Cuando hablamos de la cuna de la democracia y la filosofía, inevitablemente nuestros pensamientos nos llevan a la antigua Atenas. Y dentro de esa ciudad vibrante, un lugar se erige como el epicentro de la discusión pública: el Ágora. Imaginen por un momento, amigos, este vasto espacio abierto, bullicioso y lleno de gente, donde no solo se comerciaba con bienes, sino, y quizás más importante, con ideas. Aquí, ciudadanos atenienses se reunían no solo para escuchar discursos grandilocuentes de políticos y oradores, sino para participar activamente en debates que sentarían las bases de su sistema de gobierno y su pensamiento. La discusión no era un mero pasatiempo; era el corazón latente de su política. Pensadores como Sócrates, Platón y Aristóteles no solo enseñaban; invitaban a sus discípulos y a cualquiera que quisiera escuchar a un diálogo constante, a cuestionar todo, a explorar la verdad a través de la argumentación. Esta fue una época dorada donde la lógica, la retórica y la capacidad de articular una postura eran las herramientas más poderosas. Gracias a estas intensas discusiones, se forjó una forma de gobierno donde los ciudadanos tenían voz y voto, un concepto revolucionario para su tiempo. Se debatían leyes, se elegían magistrados, y se tomaban decisiones que afectaban a toda la polis, todo ello en medio de una constante y a veces caótica, pero siempre vibrante, discusión. Este ejercicio de razonamiento colectivo y de confrontación de ideas es lo que permitió que Atenas se convirtiera en un faro cultural e intelectual, sentando precedentes para la gobernanza y el pensamiento crítico que aún hoy nos influyen profundamente. Es fascinante pensar cómo un simple acto de hablar y rebatir se convirtió en el cimiento de una de las civilizaciones más influyentes de la historia. La importancia de la discusión en el Ágora nos enseña que el progreso real a menudo comienza con un intercambio abierto y desafiante de perspectivas.
2. Las discusiones teológicas en la Edad Media moldearon la doctrina de la Iglesia y el pensamiento europeo.
Si nos saltamos unos cuantos siglos y aterrizamos en la Edad Media, encontraremos otro tipo de discusión que tuvo un impacto monumental: las discusiones teológicas. Chicos, en esta época, la Iglesia Católica no era solo una institución religiosa; era la columna vertebral de la sociedad europea, influyendo en todos los aspectos de la vida, desde la política y la educación hasta el arte y la moral. Imaginen a monjes, teólogos y filósofos encerrados en monasterios y universidades, inmersos en profundos debates sobre la naturaleza de Dios, el alma, la fe y la razón. Estas no eran charlas triviales; eran discusiones que podían definir la ortodoxia, declarar herejías y, en última instancia, determinar cómo millones de personas entendían su lugar en el universo. Personajes como Santo Tomás de Aquino, con su monumental obra Summa Theologiae, pasaron años, décadas, en un constante diálogo con textos antiguos, con la filosofía griega redescubierta, y con las ideas de sus contemporáneos, todo en un intento de reconciliar la fe cristiana con la razón aristotélica. Las universidades, que empezaron a florecer en este período, se convirtieron en auténticos crisoles de discusión intelectual, donde los estudiantes aprendían a argumentar y a defender sus puntos de vista a través de la escolástica, un método riguroso de investigación y enseñanza. La importancia de estas discusiones es inmensa porque no solo solidificaron la doctrina cristiana que ha perdurado por siglos, sino que también sentaron las bases para el desarrollo del pensamiento crítico y la lógica que, eventualmente, abrirían el camino a la ciencia moderna. Sin esas intensas deliberaciones sobre lo divino y lo humano, la estructura intelectual y espiritual de Europa habría sido radicalmente diferente. Es un recordatorio potente de cómo las ideas, incluso las más abstractas, cuando se debaten con seriedad, pueden cambiar el curso de la historia de manera irreversible.
3. La discusión entre Martín Lutero y la Iglesia Católica Romana precipitó la Reforma Protestante, transformando Europa.
Avanzando hacia el siglo XVI, encontramos una de las discusiones más explosivas y transformadoras de la historia europea: el enfrentamiento entre Martín Lutero y la Iglesia Católica Romana. Aquí, la palabra discusión quizás no capture la magnitud del conflicto, pero fue precisamente el debate sobre las prácticas y la autoridad de la Iglesia lo que encendió la mecha de la Reforma Protestante. Lutero, un monje y teólogo alemán, no pretendía inicialmente romper con la Iglesia; lo que buscaba era una discusión interna, una reforma de ciertas prácticas que consideraba corruptas, como la venta de indulgencias. Cuando clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517, su intención era invitar a un debate académico sobre estos puntos. Sin embargo, lo que siguió fue mucho más que una simple discusión; fue una confrontación ideológica masiva que sacudió los cimientos del poder religioso y político en Europa. Las tesis de Lutero, rápidamente difundidas gracias a la imprenta, generaron un debate sin precedentes en toda la cristiandad. La Iglesia, por su parte, respondió con vehemencia, culminando en la excomunión de Lutero. Pero el genio ya había salido de la botella. Las ideas de Lutero sobre la salvación por la fe sola, la autoridad de las Escrituras y el sacerdocio de todos los creyentes resonaron profundamente en muchos que ya estaban descontentos con el statu quo. Este choque de ideas no solo llevó a la formación de nuevas denominaciones cristianas, sino que también tuvo profundas implicaciones políticas, sociales y culturales. Príncipes alemanes se alinearon con Lutero, desafiando la autoridad papal y del Sacro Imperio Romano Germánico. La discusión teológica se transformó en guerras religiosas, redefiniendo las fronteras de estados y la identidad de naciones enteras. Es un claro ejemplo de cómo una discusión, que empezó como una petición de reforma, puede escalar hasta convertirse en un movimiento que reescribe la historia de un continente. La Reforma Protestante no solo cambió la forma en que la gente practicaba su fe, sino que también sentó las bases para el individualismo, la educación y el pluralismo religioso, todo ello originado en una discusión fundamental sobre la verdad y la autoridad.
4. En la Convención Constitucional de Filadelfia, intensas discusiones forjaron la Constitución de los Estados Unidos.
Saltemos ahora al siglo XVIII, a un caluroso verano en Filadelfia en 1787, donde un grupo de hombres brillantes, a menudo llamados los Padres Fundadores, se reunieron para una de las discusiones más trascendentales en la historia de la nación americana: la Convención Constitucional. Aquí, la palabra clave es intensas, porque, créanme, las discusiones fueron acaloradas, complejas y, a menudo, al borde del colapso. Estos hombres, representando a los recién independizados estados, tenían la enorme tarea de diseñar un nuevo marco de gobierno que fuera lo suficientemente fuerte como para unir a la joven nación, pero que también protegiera las libertades individuales. Era un delicado equilibrio, y las discusiones giraron en torno a temas como la representación de los estados (¿igual para todos o basada en la población?), el poder del gobierno central versus el de los estados, la estructura del ejecutivo y el judicial, y, por supuesto, la espinosa cuestión de la esclavitud. Imaginen a figuras como James Madison, George Washington, Benjamin Franklin y Alexander Hamilton, debatir día tras día, a veces durante semanas sobre un solo punto. Hubo momentos de frustración extrema, de callejones sin salida, donde parecía que la Convención se disolvería sin lograr nada. Sin embargo, fue a través de compromisos, a menudo logrados después de extensas y agotadoras negociaciones y discusiones, que finalmente se pudo redactar la Constitución de los Estados Unidos. El “Gran Compromiso” sobre la representación legislativa, por ejemplo, fue el resultado directo de una discusión prolongada y difícil entre los planes Virginia y Nueva Jersey. Cada cláusula, cada artículo, fue el producto de un debate meticuloso y una cuidadosa deliberación. La Constitución, tal como la conocemos, es un testamento al poder de la discusión constructiva, incluso cuando está llena de desacuerdos profundos. Muestra cómo, a pesar de las diferencias ideológicas y de intereses, la voluntad de dialogar y encontrar puntos en común puede llevar a la creación de documentos fundamentales que han resistido la prueba del tiempo y han servido como modelo para democracias en todo el mundo. Es un claro recordatorio de que las bases de una nación a menudo se cimentan no en la unanimidad silenciosa, sino en el bullicio productivo de la discusión abierta.
5. Las discusiones ilustradas en los salones parisinos sembraron las semillas de la Revolución Francesa y la modernidad.
Cambiemos de escenario una vez más y volvamos a Europa, esta vez al París del siglo XVIII, donde las discusiones en los elegantes salones de la Ilustración estaban tejiendo el tapiz de una revolución. Chicos, no piensen en batallas ni en levantamientos; aquí la lucha era de ideas, y los salones de figuras como Madame de Geoffrin o Madame Necker eran los campos de batalla. En estos espacios íntimos, pero increíblemente influyentes, aristócratas, filósofos, científicos y artistas se reunían para entablar profundas conversaciones y debates sobre todo lo que se podía imaginar: política, ciencia, religión, derechos humanos, la naturaleza de la sociedad. Las discusiones no eran solo entretenimiento; eran el motor de un cambio intelectual sin precedentes. Pensadores como Voltaire, Rousseau y Montesquieu, entre muchos otros, presentaban y discutían sus ideas radicalmente nuevas sobre la razón, la libertad, la igualdad y la separación de poderes. Estas ideas desafiaban el orden establecido, la monarquía absoluta y la autoridad de la Iglesia, y, aunque a menudo se formulaban en un tono elevado y sofisticado, sus implicaciones eran explosivas. Imaginen la emoción de ser parte de un diálogo donde se cuestionaba el derecho divino de los reyes, donde se hablaba de un contrato social entre gobernantes y gobernados, y donde la felicidad terrenal era un fin legítimo del ser humano. Estas discusiones, que se extendían a menudo hasta altas horas de la noche, no solo pulían y difundían las ideas de la Ilustración, sino que también creaban una conciencia colectiva y un vocabulario político que eventualmente sería adoptado por el pueblo francés. Aunque la Revolución Francesa fue un evento violento y complejo, sus raíces intelectuales se encuentran firmemente ancladas en estas deliberaciones saloneras. Las semillas de la modernidad, con su énfasis en los derechos individuales, la soberanía popular y la razón como guía, fueron regadas en estas discusiones. Es un testimonio del poder que tiene la discusión para transformar no solo mentes, sino sociedades enteras, preparando el terreno para cambios sísmicos que redefinirían el mundo. Los salones parisinos fueron verdaderos laboratorios de ideas, donde la discusión fue el catalizador para una de las transformaciones más grandes de la historia.
6. La discusión sobre la abolición de la esclavitud fue un tema central que desgarró a muchas naciones en el siglo XIX.
Ahora, demos un salto a un tema más sombrío, pero igualmente definitorio: la discusión sobre la abolición de la esclavitud en el siglo XIX. Esta no fue una discusión abstracta o puramente académica, amigos; fue un debate moral y político que desgarró sociedades y naciones, especialmente en lugares como Estados Unidos y el Imperio Británico. Imaginen el peso de esta conversación que ponía en tela de juicio una institución económica y social profundamente arraigada durante siglos. Los abolicionistas, tanto hombres como mujeres, de diferentes razas y clases sociales, se levantaron para discutir apasionadamente la inhumanidad de la esclavitud, argumentando en foros públicos, panfletos, periódicos y parlamentos que era una atrocidad moral y una afrenta a los principios de libertad y dignidad humana. Figuras como Frederick Douglass, Sojourner Truth, William Wilberforce y Harriet Tubman no solo dieron discursos poderosos, sino que también participaron en innumerables discusiones y debates que buscaban cambiar corazones y mentes, así como presionar a los legisladores. Sin embargo, enfrentaron una férrea oposición por parte de aquellos que defendían la esclavitud, argumentando razones económicas, religiosas y raciales. Esta profunda división en la discusión llevó a polarizaciones extremas. En Estados Unidos, la discusión sobre si se debía permitir la expansión de la esclavitud en los nuevos territorios fue una chispa que, junto con otros factores, encendió la Guerra Civil Americana, el conflicto más sangriento en la historia del país. En el Imperio Británico, la discusión parlamentaria y la movilización popular llevaron a la abolición de la esclavitud en 1833, aunque el proceso fue largo y difícil. La historia de la abolición es un testimonio del poder de la discusión moral y social para desafiar injusticias arraigadas. Demuestra cómo el diálogo persistente, aunque doloroso y a menudo violento, es esencial para el progreso humano y para la consecución de derechos fundamentales. No fue una batalla que se ganó de la noche a la mañana, sino el resultado de décadas de discusión, persuasión y activismo que finalmente forzaron a las sociedades a confrontar sus valores más oscuros y a elegir un camino más justo. Es un recordatorio poderoso de que las discusiones más importantes son las que nos empujan a crecer y a mejorar como colectivo.
7. Las discusiones diplomáticas posteriores a la Primera Guerra Mundial intentaron, sin éxito, establecer una paz duradera a través del Tratado de Versalles.
Tras el cataclismo de la Primera Guerra Mundial, el mundo se encontró en una encrucijada, y las discusiones diplomáticas que siguieron intentaron desesperadamente forjar una paz duradera. Nos referimos, claro está, a las negociaciones que culminaron en el Tratado de Versalles en 1919. Imaginen el ambiente, muchachos: los líderes de las potencias victoriosas –Woodrow Wilson de Estados Unidos, David Lloyd George del Reino Unido, Georges Clemenceau de Francia y Vittorio Orlando de Italia– sentados alrededor de una mesa, con el peso de millones de vidas perdidas y la devastación de un continente sobre sus hombros. La discusión era enorme: ¿cómo prevenir otra guerra de esta magnitud? ¿Cómo castigar a los vencidos sin sembrar las semillas de futuras revanchas? El presidente Wilson, por ejemplo, llegó con su visión idealista de los “Catorce Puntos” y la creación de la Sociedad de Naciones, un foro global para la discusión y la resolución pacífica de conflictos. Sin embargo, las realidades políticas y los intereses nacionales contrapuestos pronto se interpusieron. Clemenceau, representando a una Francia devastada, abogaba por un castigo severo a Alemania, buscando seguridad y reparación. Lloyd George, por su parte, buscaba un equilibrio entre la justicia y la necesidad de una Europa estable. Las discusiones fueron intensas y a menudo conflictivas. Hubo momentos de profunda disputa y desacuerdo, y los compromisos que finalmente se lograron dejaron a muchos insatisfechos. El Tratado de Versalles impuso duras condiciones a Alemania, lo que, en retrospectiva, muchos historiadores argumentan que sembró el resentimiento que eventualmente contribuiría al ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. A pesar de los esfuerzos y las largas horas de discusión, la paz que se firmó en Versalles resultó ser frágil y efímera. Este episodio es un ejemplo conmovedor de cómo las discusiones diplomáticas, incluso con las mejores intenciones, pueden ser insuficientes para resolver problemas profundos cuando los intereses de poder y el deseo de venganza se interponen. La historia de Versalles nos enseña que la efectividad de la discusión en la política internacional depende no solo de la buena voluntad, sino también de la capacidad de superar el rencor y buscar soluciones verdaderamente equitativas. Aunque fracasaron en su objetivo de paz duradera, las discusiones en Versalles son un recordatorio de la inmensa complejidad de reconstruir un mundo después de un conflicto global.
8. Durante la Guerra Fría, la discusión constante sobre la coexistencia pacífica fue vital para evitar una catástrofe nuclear.
Pasemos al siglo XX y a uno de los períodos más tensos y aterradores de la historia moderna: la Guerra Fría. Aquí, la discusión tomó una forma peculiar: la de la coexistencia pacífica. Chicos, a pesar de la rivalidad ideológica, militar y geopolítica entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la necesidad de una discusión constante y, a menudo, secreta, fue absolutamente vital para evitar una catástrofe nuclear. Con ambas superpotencias poseyendo arsenales nucleares capaces de destruir el planeta varias veces, el concepto de una “destrucción mutua asegurada” (MAD, por sus siglas en inglés) significaba que una confrontación directa era impensable. Así que, aunque no se abrazaran, se vieron obligados a dialogar. Las negociaciones y discusiones sobre el control de armas, la distensión y la reducción de tensiones fueron una constante. Pensemos en momentos críticos como la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962, donde el mundo estuvo al borde del abismo. Fue una serie de discusiones secretas, canales diplomáticos de alto nivel y mensajes cuidadosamente redactados entre John F. Kennedy y Nikita Jruschov, los que finalmente lograron desactivar la crisis. No fue una discusión pública en el sentido tradicional, sino un intercambio tenso y delicado de posturas que evitó la guerra. A lo largo de la Guerra Fría, las cumbres entre líderes, los tratados de limitación de armas estratégicas (SALT I y II), y los constantes diálogos a través de intermediarios, sirvieron como válvulas de escape. Estas discusiones no siempre fueron exitosas o fáciles; a menudo estaban cargadas de desconfianza y propaganda. Sin embargo, el simple hecho de que se mantuvieran abiertos los canales de comunicación, de que hubiera una discusión continua, por muy limitada que fuera, fue lo que impidió que la retórica incendiaria se convirtiera en acción devastadora. La lección aquí es poderosa: incluso entre adversarios implacables, la discusión y el diálogo son herramientas indispensables para la supervivencia. La historia de la Guerra Fría nos enseña que el camino hacia la paz, o al menos hacia la no-guerra, a menudo se construye sobre puentes de palabras, incluso cuando esos puentes son frágiles. Las discusiones sobre coexistencia pacífica demostraron que incluso en los momentos de mayor peligro global, el hablar es siempre preferible al silencio destructivo.
9. La discusión pública sobre los derechos civiles en el siglo XX transformó sociedades enteras, luchando por la igualdad y la justicia.
Adentrándonos en la segunda mitad del siglo XX, vemos cómo la discusión pública sobre los derechos civiles se convirtió en una fuerza imparable, transformando sociedades enteras y luchando por la igualdad y la justicia en lugares como Estados Unidos, Sudáfrica y muchas otras naciones. Chicos, esta no fue una discusión en un salón o en un parlamento, sino un debate masivo, a menudo ruidoso y doloroso, que se libró en las calles, en los tribunales, en los medios de comunicación y en la conciencia de cada individuo. En Estados Unidos, el Movimiento por los Derechos Civiles, liderado por figuras icónicas como Martin Luther King Jr., Malcolm X y Rosa Parks, forzó al país a tener una discusión honesta y brutal sobre el racismo sistémico, la segregación y la discriminación. Las marchas pacíficas, los sentadas, las protestas y los boicots no eran solo actos de desobediencia civil; eran formas poderosas de iniciar y mantener una conversación nacional, de poner la injusticia en el centro del escenario para que nadie pudiera ignorarla. Los discursos de King, como su famoso “Tengo un sueño”, fueron invitaciones a la discusión sobre la igualdad y la fraternidad. Las deliberaciones en el Congreso llevaron a la aprobación de leyes revolucionarias como la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley del Derecho al Voto de 1965, que desmantelaron legalmente la segregación y garantizaron el derecho al voto para todos los ciudadanos. De manera similar, en Sudáfrica, la discusión sobre el apartheid, aunque reprimida violentamente por el régimen, nunca se extinguió. A través del activismo internacional y la resistencia interna, figuras como Nelson Mandela mantuvieron viva la conversación sobre la injusticia racial, hasta que finalmente el sistema fue desmantelado. Estas discusiones no fueron fáciles; implicaron violencia, sacrificio y una lucha prolongada. Pero demostraron que cuando las voces oprimidas se unen y exigen un diálogo sobre sus derechos, pueden forzar a una sociedad a evolucionar. Es un testimonio inspirador de cómo la discusión pública, impulsada por la moral y la ética, puede derribar muros de discriminación y construir un camino hacia un futuro más justo e igualitario. La discusión de los derechos civiles es la que nos recuerda que el cambio profundo a menudo comienza con la valentía de hablar, y la voluntad de escuchar.
10. Hoy, la discusión global sobre el cambio climático y la sostenibilidad define nuestro futuro, heredando lecciones de la historia.
Finalmente, llegamos a nuestro presente, donde la discusión global más apremiante de nuestro tiempo es, sin duda, la del cambio climático y la sostenibilidad. Chicos, esta es la conversación que define nuestro futuro, y en ella, podemos ver la sombra de todas las lecciones históricas que hemos discutido hasta ahora. El debate sobre el cambio climático no es nuevo, pero su urgencia ha escalado drásticamente. Científicos, políticos, activistas, empresarios y ciudadanos de todo el mundo están inmersos en una discusión constante sobre cómo abordar esta crisis existencial. ¿Cómo reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero? ¿Cómo nos adaptamos a un planeta que ya está cambiando? ¿Quién paga por los daños? Estas son preguntas que requieren un diálogo sin precedentes a nivel global. Pensemos en las cumbres climáticas de la ONU, como las COP, donde líderes de casi 200 países se reúnen para negociar y discutir acuerdos climáticos vinculantes, estableciendo objetivos de reducción de emisiones y mecanismos de financiación. Estas son discusiones complejas, donde los intereses económicos de las naciones desarrolladas y en desarrollo a menudo chocan, pero la necesidad de encontrar soluciones es imperativa. La discusión no solo es de alto nivel; también está ocurriendo en nuestras comunidades, en nuestras familias, a medida que debatimos sobre nuestras elecciones de consumo, el uso de energías renovables y la protección de ecosistemas. La historia nos ha enseñado que las grandes transformaciones rara vez ocurren sin una discusión robusta y, a menudo, conflictiva. Al igual que la discusión sobre la esclavitud o los derechos civiles, esta es una conversación moral y ética sobre nuestra responsabilidad con las generaciones futuras y con el planeta. La diferencia es que ahora la escala es global y el tiempo se agota. La forma en que manejemos esta discusión, la forma en que busquemos compromisos y la forma en que actuemos sobre las soluciones acordadas, determinará el tipo de mundo que heredaremos. Es el testamento viviente de que la discusión, en sus formas más variadas y con sus desafíos más grandes, sigue siendo la herramienta más poderosa de la humanidad para enfrentar los retos más monumentales y, con suerte, construir un futuro más sostenible. La capacidad de discutir, de escuchar y de llegar a acuerdos, es hoy más crucial que nunca.
Conclusión: El Poder Imperecedero de la Discusión
Bueno, chicos, hemos llegado al final de nuestro viaje a través de la historia, y espero que les haya quedado clarísimo el poder inmenso de la discusión. Como hemos visto, desde las ágoras de Atenas hasta las cumbres climáticas modernas, el acto de hablar, debatir, negociar y cuestionar ha sido el verdadero motor del cambio. No importa si hablamos de la filosofía griega, las reformas religiosas, la formación de naciones, la lucha por los derechos humanos o la supervivencia de nuestro planeta, la discusión siempre ha estado en el centro de todo. Nos ha enseñado que el progreso rara vez es silencioso; más bien, es el resultado de voces que se elevan, de ideas que chocan y de la voluntad de encontrar un terreno común, incluso cuando parece imposible. La historia es un gran libro de lecciones, y una de las más grandes es que no podemos subestimar el valor del diálogo abierto, honesto y, a veces, incómodo. Así que, la próxima vez que se encuentren en medio de una discusión, recuerden que están participando en una tradición milenaria que ha moldeado civilizaciones. ¡Sigan hablando, sigan escuchando y sigan cambiando el mundo con sus palabras!